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E inmediatamente pensamos en como disfrutar de todas esas riquezas, y empezamos hacer maletas para pasarnos a nuestra nueva casa...Que digo... ¡Mansión! Lo mismo deberíamos sentir cuando alguien nos dice; que por recibir a Cristo en nuestro corazón, ahora somos Hijos de Dios. Juan 1: 12. “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios;” Para aquella persona que se entero de quien es en realidad su padre, al ir a vivir con él, no solo va a disfrutar de sus bienes, debe aprender a someterse a las reglas de esa nueva casa o familia, a qué horas entra o sale de la casa, solo por mencionar algunas. También debe entender que no solo va a cambiar de casa, sino de manera de vivir, cultura, costumbres, ya no puede comer con la mano, hay que utilizar cubiertos, y no solo uno, varios, su forma de hablar tiene que cambiar. No solo va a disfrutar de las riquezas. Si no se adapta su vida será traumática, o al menos los primeros días lo serán. Con Dios sucede lo mismo es cierto que ahora por amor no porque lo merezcamos somos los hijos del dueño del oro y de la plata. V 1 “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él.” Pero también tenemos que aprender a someternos a las reglas de esa nueva casa, o familia. V 24 “Y el que guarda sus mandamientos, permanece en Dios, y Dios en él. Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado.” Si somos hijos de Dios, nuestra vida empezara a cambiar. 1. No hay pecado. V 6 “Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido.” Dios aborrece el pecado y nosotros vamos a empezar a sentir lo mismo que el. 2. Hay justicia. V 7 “Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como él es justo.” Ahora ya no deseamos el mal de los demás, también empezamos a desear su conversión y su salvación, así consideremos que no lo merece. 3. La sangre de Cristo esta en nosotros, y esto hace que seamos purificados y no pequemos. V 9 “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios.” Es como una trasfusión, ahora tenemos sangre nueva y esa sangre nueva empieza a transformar nuestra vida. Las cosas se parecen a su dueño. Si decimos que somos hijos de Dios debemos parecernos a él. V 10 “En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios.” Si somos hijos de Dios se tiene que notar. V 14 “Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte” En una sola palabra todo hijo trata de imitar a su padre y nosotros no podemos ser la excepción. V 16 “En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos.” Si somos hijos de Dios también tenemos su corazón, y se tiene que ver en el trato con los demás. V 17 “Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?” no podemos decir que tenemos a Cristo en nuestro corazón, y todavía tener sentimientos de maldad, y sobre todo de rencor con los demás. En nuestra vida secular nos damos cuenta que los hijos obedientes y que aman a sus padres lo tienen todo, no se les niega nada. Lo mismo pasa con la vida espiritual, No basta con que nos llamemos hijos de Dios, debemos someternos a sus leyes, amar a nuestro Dios y el no nos negara nada, todo lo podemos tener. V 22 “y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él.” Llamarnos hijos de de Dios tal vez sea lo más fácil, pero sentirnos hijos de Dios es lo que muchas veces causa problema. Sentirse es actuar de manera coherente con relación a lo que se dice. |
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